El terror narco ha escalado a un nuevo nivel de perversión y sadismo en Argentina, y el Estado parece un mero espectador. El propio ministro de Seguridad bonaerense, Javier Alonso, tuvo que admitir la escalofriante realidad: las torturas sufridas por Morena Verri, Brenda Del Castillo y Lara Gutiérrez antes de ser brutalmente asesinadas fueron transmitidas en vivo por TikTok, como un macabro espectáculo para un grupo privado de 45 personas.
El triple femicidio de Florencio Varela no fue un crimen común, fue una ejecución mafiosa con un mensaje claro. Las tres jóvenes fueron llevadas engañadas con la promesa de una fiesta a una casa que se convirtió en su matadero. Allí, un narco peruano que opera con total impunidad desde la Villa 1-11-14, habría ordenado el castigo por el supuesto robo de unos pocos kilos de cocaína, sentenciando frente a su audiencia virtual: «Esto es lo que les pasa a los que me roban droga».
La barbarie expone la ley narco que se impone a sangre y fuego ante la ausencia del Estado. Mientras las chicas sufrían un infierno, sus verdugos lo compartían en redes sociales, demostrando un poder y una impunidad que aterra.
La investigación ya tiene a cuatro detenidos, cuyas acciones posteriores al crimen pintan una escena de horror. Una pareja fue sorprendida en la misma casa intentando limpiar desesperadamente la sangre para borrar la masacre. Horas después, otros dos cómplices, un hombre y una mujer, fueron arrestados en la sordidez de un hotel alojamiento cercano.
Este no es solo un triple femicidio. Es la prueba de que el crimen organizado ya no se esconde; ahora televisa sus ejecuciones, impone su código y exhibe la inoperancia de un sistema de seguridad completamente sobrepasado.