
El gobierno de Javier Milei anunció con bombos y platillos el supuesto “fin del cepo cambiario” a partir del lunes, pero la realidad dista mucho de lo que intentan vender. En primer lugar, la medida solo alcanza a la compra de divisas para personas físicas y empresas, dejando afuera operaciones clave como las compras con tarjeta en el exterior, donde se mantiene el dólar tarjeta. En otras palabras: el cepo sigue, solo que con maquillaje.
Mientras tanto, crecen las dudas entre los propios usuarios que se preguntan si podrán pagar gastos con tarjeta usando sus cuentas en dólares, en un intento de esquivar las restricciones que aún subsisten. Nada está claro, y una vez más, el Gobierno juega a improvisar mientras los argentinos hacen malabares para no perder lo poco que les queda.
El nuevo esquema, que establece una banda de flotación entre los $1.000 y $1.400 para el dólar, es presentado como un salto hacia la libertad económica. Pero ya lo vivimos con Mauricio Macri: el mismo modelo, la misma promesa de “ordenar el mercado” y “atraer inversiones”, terminó en una corrida cambiaria feroz, con miles de millones de dólares fugados y un pueblo cada vez más empobrecido.
A pesar de los antecedentes nefastos, el ministro Luis Caputo —sí, el mismo que endeudó al país con el FMI— vuelve a prometer un futuro brillante. Dice que este esquema es “mejor que la convertibilidad” y hasta se anima a afirmar que “Argentina va a ser el país que más va a crecer en los próximos 20 o 30 años”. Palabras que suenan vacías frente a una realidad donde el salario se pulveriza, los servicios aumentan sin freno y el ajuste golpea a los más vulnerables.
Hoy, mientras se multiplican los despidos, las jubilaciones caen por debajo de la línea de indigencia y millones no llegan a fin de mes, el gobierno prefiere festejar en la city porteña con una fiesta que ya vimos y que terminó en desastre.